Vidas de papel (fragmento)
El viejo me alcanzó
el mate y mientras lo tomaba, preguntó:
- Entonces, como
está?
Di el último sorbo,
con ruidito.
- Está bueno.
- No, no el mate.
Usted. - mientras me señalaba con el dedo.
- Ah. Bien, bien.
Puso cara de
fastidio. Cebó un mate para él mientras deslizó:
- Que triste.
Lo miré sin
comprender a que se refería. Quizás no me había entendido.
- Le dije que estoy
bien.
- Y yo dije: que
triste. - y me miró a los ojos para que no quedara duda. Luego
volteó a ver el mar.
- Disculpe pero no
entiendo. Le digo que estoy bien y a Ud eso le parece triste?
Dándome la espalda,
repuso:
- Lo triste mi
amigo, es mentirse a uno mismo.
- Usted dice que
miento? Me está llamando mentiroso? - repliqué indignado.
- Dígamelo usted.
Le pregunto nuevamente: como está?
Hablaba con una
tranquilidad que contrastaba con mi estado de ánimo. Eso me enojaba
aún más.
Ofuscado respondí:
- Ya le dije que
bien. Pero que importa si usted no me cree.
Sentía bronca por
aquella situación. Después de todo, quién era este viejo para
tratarme así? Pensé en levantarme e irme, pero por alguna razón no
me decidía. Algo dentro de mi cabeza me rondaba, una duda que
comenzaba a roer el enojo que sentía en ese momento. Me estaba
mintiendo a mi mismo? Como me sentía en realidad? Ahora, claramente
estaba furioso y quería decirle tres verdades a este sujeto. Pero
debajo de esto, que había? Que era ese fantasma, esa sombra que
acompañaba mis pensamientos durante el último tiempo?
Mientras discurría
en estas cuestiones, el viejo se dio vuelta y me encaró.
- Mire amigo, tal
vez este viejo sea medio brusco. Tal vez no tenga la educación que
tengan otros – miró hacia arriba, como buscando las palabras para
continuar – Pero sepa esto: me doy cuenta perfectamente cuando
alguien no está bien. Y sabe por qué?
En este punto
levanté los ojos esperando su respuesta.
- Porque yo también
estuve ahí – y con su dedo índice me tocó el pecho. Apenas sentí
el contacto, una oleada de tristeza se expandió desde mi pecho hasta
los ojos, como la onda expansiva de una bomba que estalla. Y rompí
en llanto. No era el llanto medido, puntual, de quien recuerda un
viejo amor, una oportunidad desperdiciada, o aquella pérdida lejana.
Era un llanto primitivo, que venía desde el sótano de mi vida, un
torrente de amargura que, como un río desbocado en la crecida,
arrastra lo que encuentra a su paso. Imágenes confusas se sucedían
vertiginosamente y no podía hacer pie en ninguna de ellas. Mi cuerpo
se encorvaba, buscando comprimirse hasta desaparecer. Todo
desaparecía: la rambla, el viejo y su perro, la gente que pasaba,
los autos, los juegos del parque. Y todo mi registro de existencia se
resumía en ese agujero negro que crecía en mi pecho, devorándome.
El viejo puso su mano en mi espalda y comenzó a hacer movimientos
circulares. De a poco fui volviendo a mi, atendiendo la presión de
su mano en mi espalda. Me alcanzó un rollo de papel higiénico que
llevaba en su bolso y mientras me secaba, dijo:
- Bueno compañero,
eso estuvo muy bien. Ahora trate de sentarse lo más derecho que
pueda. - y corrigió mi postura poniendo una mano en el pecho y otra
en la espalda, mientras me calibraba.
- Ve? Así está
mejor. Si el cuerpo está triste, la cabeza trabaja mal y el corazón
entristece también. Ah y otra cosa, no se olvide de respirar.
- Cómo?
- En algún momento
recuerde que está respirando y trate de llevar el mayor caudal de
aire y, lentamente, expulselo. Así un par de veces y va a ver como
se le ventilan las ideas – y bajando la voz, como en un secreto –
Mucho encierro ahí dentro no?
Sonreí y asentí
con la cabeza.
- Así parece.
Bueno! - se levantó – Que le parece si vamos hasta el local de
los churros a cargar agua caliente? De paso movemos las piernas y
entramos en calor.
El viejo agarró su
mochila, la matera y llamando a su perro, que se levantó
perezosamente, nos fuimos.
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