A Julio Inverso
Es invierno otra vez. Las calles vuelven a poblarse de hojas moribundas, mientras los árboles desnudos arden en la ciudad gris que agoniza lentamente junto al ancho rio-mar. El invierno le sienta bien, es el vestido predilecto de esta ciudad suicida que devora a sus hijos por el tedio o la indignación
Entonces el poeta se levanta de su tumba, de su letargo milenario, de su olvido de todos. Se sacude la maldición que pesa sobre su cabeza, carraspea y habla. Incendia la ciudad con sus fuegos fatuos, destruye el bronce de las mentiras, derriba puertas, rompe los vidrios a pedradas, hace añicos esperanzas anémicas, aúlla con los lobos, danza sobre los cuerpos de los traidores, ya sin vida y canta.
Fuma, escupe versos, maldice todo lo que huela a autoridad, dinamita los puentes que lo llevan al recuerdo, construye caminos hacia un futuro incierto y levanta ciudades brillantes cubiertas de papeles de diversos colores. Agotado por su misión, llama a sus amigos y anuncia su inminente partida. Todos lloran un poco, o fingen, de cualquier modo saben que todo es un juego.
El poeta hace un banquete, todos brindan por el pronto y eterno retorno del poeta, por los versos limpios y luminosos, por el frío y las noches largas, por la basura de la ciudad, por sus muros parlantes, por todo aquello que conmueve al hombre, por los escondites secretos de las palabras, por el sueño inquieto de los monstruos que los habitan. Luego del brindis, el poeta se quita la vida.
Los amigos, entonces, recogen los papeles, toman sus chaquetas y salen.
Es primavera como siempre y los árboles, desde lo alto, miran con indiferencia a estas criaturas que se desvanecen con la mañana.
Entonces el poeta se levanta de su tumba, de su letargo milenario, de su olvido de todos. Se sacude la maldición que pesa sobre su cabeza, carraspea y habla. Incendia la ciudad con sus fuegos fatuos, destruye el bronce de las mentiras, derriba puertas, rompe los vidrios a pedradas, hace añicos esperanzas anémicas, aúlla con los lobos, danza sobre los cuerpos de los traidores, ya sin vida y canta.
Fuma, escupe versos, maldice todo lo que huela a autoridad, dinamita los puentes que lo llevan al recuerdo, construye caminos hacia un futuro incierto y levanta ciudades brillantes cubiertas de papeles de diversos colores. Agotado por su misión, llama a sus amigos y anuncia su inminente partida. Todos lloran un poco, o fingen, de cualquier modo saben que todo es un juego.
El poeta hace un banquete, todos brindan por el pronto y eterno retorno del poeta, por los versos limpios y luminosos, por el frío y las noches largas, por la basura de la ciudad, por sus muros parlantes, por todo aquello que conmueve al hombre, por los escondites secretos de las palabras, por el sueño inquieto de los monstruos que los habitan. Luego del brindis, el poeta se quita la vida.
Los amigos, entonces, recogen los papeles, toman sus chaquetas y salen.
Es primavera como siempre y los árboles, desde lo alto, miran con indiferencia a estas criaturas que se desvanecen con la mañana.
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