La suerte es una cosa fragil


En el exacto momento en que el Sr. P introdujo la llave en la cerradura de la puerta de su casa, en la acera de enfrente se decidía su suerte. El destino, ese dios caprichoso, tejía su telaraña invisible. Es extraño y, bien mirado, angustiante, pensar que mientras uno hace cualquier cosa (por ejemplo leer estas lineas) en algún lugar se está urdiendo la trama secreta de nuestra vida. O de nuestra muerte. Quizás este poquito más de grasa que comimos hoy, contenga el infarto que nos despierte en un par de días o meses, con una puntada mortal. O puede ser esta copa de vino, una más, la que en ese breve segundo de pestañeo al volante nos lleve a hacer esa maniobra fatídica. O quizás ese tipo con el que nos cruzamos en el momento equivocado. Cada acción que llevamos a cabo, cada decisión que tomamos en el momento presente, contiene en sí las múltiples posibilidades que irán forjando nuestro destino. Ya fue dicho hace mucho tiempo: los caminos del hombre son infinitos, pero sólo uno verdadero. Así que imaginemos las enormes chances que tenemos de equivocarnos. Pero lo realmente inquietante, es hasta que punto ignoramos como se desenvuelve la madeja de la vida a partir de situaciones que no comprendemos ni llegamos a imaginar.

Bien, decía, que al momento de colocar la llave, girarla y empujar la puerta de entrada a su casa, el Sr. P comenzaba a morir. Claro, el no lo sabía. Ni siquiera sospechaba que al otro lado de la calle, a resguardo de la luz de los faroles en esa noche sin luna, sobre un Chevette gris del 88, dos tipos lo observaban. Y que en la cintura de uno de ellos, el conductor para más datos, reposaba la pistola en cuya recámara dormía la bala que llevaba su nombre. De haberlo sabido, no hubiese llegado tan tranquilo a su casa, saludado a su mujer con un beso en la mejilla para luego aflojarse la corbata, sacarse los mocasines de cuero y, sirviéndose un whisky, sentarse en el sillón frente a la TV. Si lo hubiera siquiera imaginado, al consultar su reloj sabría que le quedaban sólo dos horas de vida.

En cambio, se limitó a relajarse y sonreír: al fin era viernes y no sería hasta el lunes que volvería al banco. Tenía todo el fin de semana por delante. O no.



La vida comenzaba a abrirse paso lentamente en los árboles desnudos que poblaban la calle. Pequeños brotes pujaban por salir y crecer, renaciendo luego del crudo invierno. El verde pincelaba tímidamente la vegetación abundante, ganándole al ocre que predominaba días atrás. Pero ahora era de noche y el paisaje solitario del barrio residencial, de chalets amplios con techo de tejas y parque con ligustrinas, solo era roto por algún gato que cruzaba la calle. Y por los dos tipos que esperaban en el auto gris.
El conductor, veterano ya, consultó el reloj. Aún quedaban un par de horas por delante antes de cumplir su encargo. El más joven, un tanto impaciente, preguntó:
- Y? Cuanto falta?
El viejo lo miró de soslayo y contestó con desgano
- Falta todavía
El acompañante resopló y masculló una maldición por lo bajo. El viejo no se inmutó y siguió con la vista clavada en los amplios ventanales de la casa de enfrente. A diferencia de otras casas de la cuadra, esta tenia apenas un muro bajo al frente, un pequeño jardín y luego la puerta principal, el garaje a la izquierda y el amplio ventanal enrejado a la derecha. Apenas unas finas cortinas desdibujaban los contornos de lo que sucedía adentro, pero no impedían imaginar la escena. “Claramente, este tipo no tiene ni idea de lo que le espera”, pensó. Y se dio cuenta que no sabía porqué le habían dado aquel encargo. Acostumbrado a recibir órdenes similares, imaginó lo de siempre: algún tipo que habló de más, alguien que interfiere con los negocios, un rival que se metió en el territorio equivocado, etc. Pero en cualquiera de esos casos, la víctima suele moverse de otra manera. Se delata en el nerviosismo de su cuerpo, la forma de voltear hacia atrás cada tanto previendo que lo sigan. Y sin duda, no dejan la persiana abierta para que algún fisgón pueda espiar sus movimientos. De alguna manera presienten cuando su suerte se terminó. Nada que ver con este hombre. “Acá hay algo raro”.
- Cual es la historia con este tipo? - preguntó al joven sin sacar la vista de la casa.
- De este? Ja, ni te imaginas
- Por eso te pregunto – respondió con fastidio el viejo. Era evidente que no estaba cómodo trabajando con su nuevo compañero. Pero al Negro, su compinche de toda la vida y con quien se inició en el rubro, lo habían “jubilado” hace un tiempo. Eso con el Viejo no hubiera pasado. Pero desde que su sobrino tomó el mando y lo envió al Viejo a cuidar los nietos, todo había cambiado. El, por respeto al Viejo, no hizo nada cuando se enteró lo del Negro. Solo preguntó, aquí y allá, que decían de los motivos. Circuló el rumor de que lo encontraron con un vuelto de más y con ganas de cambiar de domicilio. Macanas. El Negro era un profesional y en su puta vida había tocado algo que no fuera de el. Tenía códigos y respetaba al Viejo. Ya con el sobrino era otra historia. Empezó a llenar la “empresa” con sus amigotes, pendejos drogones buenos para nada, de mano larga y gatillo rápido. Mataban porque si, porque podían. Sabía que el Viejo no aprobaría nada de lo que sucedía, pero que podía hacer? Su tiempo había pasado y oponerse solo le significaría problemas. “Quizás mi tiempo también pasó”, se dijo.
- Bueno viejito no te calentés, te hace mal al corazón. A tu edad hay que cuidarse – dijo con un dejo de malicia.
El viejo lo dejó pasar. Aún no era el momento.
- Entonces? - preguntó.
- Entonces, que este tipo se sacó todos los números. - se acomodó en el asiento mirando al viejo – La cosa viene así: este tipo labura en un banco. Es el gerente. Pero hace 30 años era un simple administrativo de cuentas. Un burócrata más, un empleaducho como cualquier otro.
- Y?
- Este tipo se encargaba de la cartera de deudores del banco, mayormente hipotecas, cuotas impagas de prestamos hipotecarios, esas cosas. Resulta que entre los deudores había un tipo, un obrero cualquiera que se rompió el lomo como tantos obreros en este puto país para levantarse la casita. Pero, desgraciadamente, se quedó sin laburo con la crisis. Buscó por todos lados y no encontró. Y claro, no pudo pagar más.
El viejo lo miraba sin lograr comprender adonde iba la historia, tratando de adivinar el nexo entre este tipo que en este momento cenaba con su familia, que reía, que imaginaba, que sentía y que en una hora sería un cuerpo sin vida, tirado en la vereda.
- Y que pasó? – pregunto intrigado
El joven saco un cigarrillo antes de proseguir con la historia.
- Acá no – lo atajó el viejo. El tono era amenazante.
El joven lo miró, midiendo la amenaza real de las palabras. Guardó el cigarro. Como si no hubiera pasado nada, prosiguió:
- El tipo, ya sin esperanza, fue a hablar con este hombre – señaló en dirección a la casa – para explicarle su situación. Necesitaba un re financiamiento, una prórroga, algo que le diera aire hasta que pudiera volver a pagar. Pero no fue solo: llevó al hijo. Y acá es donde se pone interesante. - sonrió, sabedor de la curiosidad que tenía el viejo por conocer el desenlace de la historia.
- Bueno, que el tipo fue con el hijo. Habló con este hombre, le explicó la situación, hasta lloró frente a él. El hombre, que se ve era buen tipo, lo escuchó, habrá puesto cara de circunstancias y quizás le ofreció un pañuelo. Esto no lo sé, pero me lo imagino ja.
- Limitate a contarme la historia sin agregados – lo frenó el viejo.
- Ya te dije que te hace mal ponerte nervioso viejo. En fin, que el tipo se comprometió a buscarle alguna solución y por lo pronto, que es lo que de el dependía, iba a frenar los papeles para que no le bajaran el martillo.
- Hasta ahora no puedo ver nada que haya hecho este hombre para merecer la muerte. - replicó el viejo – Por lo que contás es un buen tipo incluso.
- Seguro, debe serlo. Pero lo que no tiene es suerte.
- Suerte? Como?
- Si, suerte. Porque el único error que cometió el pobre diablo en esta historia, fue enfermarse. Luego de aquella visita, cayó enfermo y se ausentó por 3 semanas. Lógicamente fue reemplazado por un compañero durante ese lapso y al ver la deuda del obrero, lo mandó a ejecución. Para cuando el tipo volvió a la oficina, el otro ya había perdido la casa y la vida – e hizo un gesto apuntándose a la sien.
El viejo lo miró totalmente confundido. No lograba desmadejar esta historia.
- Y que tiene que ver este tipo con el Jefe?
El joven sonrió, como el jugador que tiene la seguridad de tener una mano ganadora y contestó lentamente:
- Todavía no te das cuenta viejo? El obrero era su padre. Y el fue el niño que vio suplicarle a este tipo por una solución.
El viejo abrió los ojos sorprendido y miró a la ventana luminosa. Vio la silueta del hombre mirando hacia afuera, pensando en vaya a saber qué, mientras bebía una copa de vino. Consultó su reloj. A partir de este momento al hombre le quedaban 15 minutos de vida. Tic, tac…


“Esto está mal, muy mal” pensó el viejo.
- Entonces – se dirigió al joven – este tipo es inocente. No hizo nada que merezca morir.
- Bueno, eso es relativo.
- Cómo?
- Y si viejo, para vos no merece morir, pero para el Jefe si. Ves que fácil? - respondió burlonamente
- Y para vos?
- Ah – hizo un gesto de indiferencia – yo que sé.
-Cómo yo que sé? - estalló el viejo – Escuchame infeliz, estamos por matar a un tipo que claramente no lo merece y vos me decís “yo que sé”?
- Bueno viejo, calmate! Nosotros cumplimos órdenes o te olvidaste? Te agarro la compasión ahora? Si el jefe dice que este tipo debe morir, pues así es. Y a mi no me importa que hizo o deje de hacer.
El viejo pensaba a mil por hora, consciente de que se le acababa el tiempo.
- Pero escuchame, el jefe sabe esto que me contaste?Por ahí cree que este tipo fue el culpable de lo que le paso al viejo y no es así...
- Lo sabe. Acordate que la firma en los papeles de la ejecución era la del compañero que suplantó a este tipo. Así que ahí fuimos primero. Antes de morir el tipo nos contó lo que había pasado. Al principio no se acordaba de que le hablábamos, pero es increíble como después de un rato de ablande la gente recupera la memoria. En fin, que el Jefe nunca se olvidó de la cara de este tipo y de ver al viejo llorando en su oficina. Viste como son esas cosas que te marcan de chico no? Pueden pasar muchos años, podes cambiar por completo, pero siempre va a estar esa espina en la memoria jodiendo y jodiendo. Y bueno, hoy el Jefe se quiere sacar esa espina
El viejo se sentía acorralado. Por más que lo pensara no encontraba una salida fácil de esa situación. La suerte parecía estar echada. Apenas 5 minutos.
- Bueno viejo, muy entretenida la charla. Pero va siendo hora no?
- 5 minutos- respondió lacónico.
- Ahí está saliendo – señaló hacia la casa donde, por el camino principal caminaba el hombre con su perro.
- No lo voy a hacer.
El joven lo miró:
- Que decís?
- Lo que escuchaste pendejo.
- Mirá viejo pelotudo, no sé que bicho te picó o si es la edad que te está ablandando, pero este tipo tiene que morir hoy. Ahora.
- Entonces matalo vos imbécil.
El joven sonrió de costado
- Ja. Bueno, como quieras – sacó su arma, la guardó en el bolsillo de su chaqueta y bajó del auto. Antes de cerrar la puerta, encaró al viejo:
- Pero vas a tener que explicarle al Jefe este numerito que armaste. Y, sinceramente, no creo que le guste mucho – dijo mientras guiñaba un ojo.
En la acera de enfrente el Sr. P salía de su casa para pasear al perro como todos los días. Le llamó la atención el muchacho que cruzaba la calle a esta hora y se dirigía hacia él.
- Señor, disculpe, tiene hora?
- Si claro – dijo mientras volteaba a ver el reloj.
- Son las 23…
Y el silencio nocturno se quebró dos veces. Primero, con el estruendo de un disparo. Y luego, con el chirrido de unos neumáticos que giraban a toda velocidad mientras huían del lugar.


Cuando la policía llegó encontraron el cuerpo tirado en la calle. Al rato llegó la ambulancia, pero no había nada que hacer: la bala había entrado por la nuca matando al joven inmediatamente. Y mientras cargaban el cuerpo, la policía hablaba con el Sr. P que, aún en shock, relataba lo sucedido a los agentes.



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