Nocturno de cuarentena

El tiempo se desgrana lentamente, mientras el sol marca el perfil de todas las cosas. El silencio se empoza sobre el barrio y solo el canto de algún pájaro dibuja ondas sobre sus aguas.

Hace tiempo (cuanto tiempo ya?) había una vida. Una existencia de ruidos, rumores, traqueteos, explosiones. Una vida agitada, un aleteo impredecible, como el incierto vuelo de un ave surcando el cielo. El futuro, ese camino hacia el horizonte, aún despedía sus fulgores. Un enjambre de gente zumbaba sobre las calles, un torrente eléctrico y furioso sobre el asfalto calcinado.

Ahora, todo está en calma. Lo que alguna vez fuimos, lo que quisimos ser y no, los deseos, el sonido y la furia, todo se desvanece. La vida está en pausa. El sol sigue allí, pero nosotros no estamos. Los árboles envejecen en el otoño, pero no hay niños pateando sus hojas. Los negocios dormidos, en un descanso improvisado. Las azoteas con la ropa al sol, como una bandera blanca que flamea. Los gatos nocturnos, dueños de la calle desierta.

Y un viento limpio que arrastra las hojas, mientras el sueño no llega, en la ciudad muda que se pregunta: hasta cuando?

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