Égogla
Acomodó sus manos,
como dos palomas tranquilas
que encuentran al fin reposo
y miró la tierra oscura,
la tierra madre
de piel ajada y dura;
piel morena
como sus manos
curtidas, dolientes,
que acarician con ternura
su henchido vientre
de vida nueva.
Y recordó el amor, esa herida de luz:
el abrazo salvaje
y su cuerpo rendido frente al asedio, ciudadela sitiada por el deseo.
Como la tierra hembra
que abre sus piernas firmes;
y jadeante
recibe la lluvia
cálida del verano
y el sudor
del hombre que la preña.
Los bueyes que trozan
sus negros racimos,
y el cuerpo terroso que se entrega, exhausto,
a la siesta de los árboles.
- Será aquí, dijo.
El hombre la miró largamente,
con el amor en la punta de sus ojos; y su boca se abrió en una sonrisa.
Un pájaro cantó sobre el mástil de la noche.
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